El escepticismo antiguo tenía una particular forma de ver las cosas: cuando tenía que opinar, se abstenía. Es decir, no opinaba. No negaba ni afirmaba. Dicho de un modo más prolijo, “suspendía el juicio” (entendiendo por juicio una oración que afirma o niega algo).
Esta posición tuvo vaivenes históricos, idas y vueltas que la hicieron muy popular, o muy rechazada. Y una de sus principales críticas podría pensarse en términos de lo que hoy se llama un “tibio”, un pecho frío. Esto es, alguien que “no se la juega” a la hora de dar una opinión, emitir una sentencia respecto de algo que es discutido públicamente. En el ágora.
Lejos estamos de querer entrar en una exhaustiva discusión filosófica. ¿Por qué toda esta introducción, que además de ser escueta peca de reduccionista? Porque hay una pregunta bastante simple que se impone en estos días, raramente formulada en los medios de comunicación: ¿cómo puede ser que todos tengan un juicio formado sobre todo? Dicho más llanamente, guiñando la interpelación: ¿por qué hay que tener una opinión sobre todo?
Por supuesto, al hablar de “todos” y “todo” estamos siendo injustos, en tanto ambos conjuntos son un tanto amplios como para reducirlos y tenerlos en la palma de la mano. De hecho, si nos estamos refiriendo al microclima de Internet, deberíamos explicitarlo. Quizás a esa porción de la realidad nos estemos refiriendo, solamente. Hecha esta aclaración, basta navegar un poco las páginas web de los diarios o pasarse un rato por las redes sociales, para ver que efectivamente esto sucede.