Publicado en Clarín.com
El 10 de mayo de 1503, cuando Cristóbal Colón hacía su cuarto viaje a América y el lejano continente aún no era, para los ojos europeos, mucho más que unos puntos perdidos en el mar Caribe, se encontró con las pequeñas Islas Caimán (Cayman Islands). Aparecían junto a Jamaica como un estratégico pedazo de tierra entre el continente y las islas más grandes como Cuba o La Española, que comparten Haití y República Dominicana.

Hoy muchos de los viajeros que llegan hasta aquí lo hacen por el mismo medio –en barco (también se llega en avión)–, aunque con todas las comodidades y lujos que no tenían los antiguos navegantes: varios cruceros turísticos hacen escala en George Town, capital y puerto principal de las tres islas –Grand Cayman, Little Cayman y Cayman Brac– que componen Islas Caimán.
Constituidas como territorio no autónomo dependiente de la corona británica, esta porción de tierra de apenas 264 km2 enclavada al sur de Cuba y al oeste de Jamaica, tiene su propia gobernadora, pero la soberanía de las islas pertenece a Gran Bretaña. Se trata de un caso más en la mira del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas, a pesar de que en la isla no hay fuertes movimientos independentistas.

Grand Cayman, la más “grande” de las tres (se la ve pequeñísima en el mapa comparada con otras islas vecinas) tiene unos 50.000 habitantes, mientras que Brac tiene 2.000 y Little tiene sólo unos 200 habitantes.