I. And I’ve got a strong urge to fly
Ummagumma cae en una categoría siempre difícil de pensar: la de las bandas tributo. ¿Sonar como sonaba Pink Floyd, objetivo trunco desde el vamos? ¿Interpretarlos, bajo el riesgo que siempre conlleva interpretar? ¿Un mix de ambos? ¿Entretener a un público nostálgico de algo que no volverá, o hacerlo por diversión propia? ¿O será que las cosas funcionan cuando suceden ambas?
Tributar a Pink Floyd no es fácil. Tributar, en rigor, es difícil. Pero Ummagumma hace algo interesante. Llega al núcleo floydian de hacer sentir que cada nota es parte de un conjunto que es más que la suma de las partes.
En particular, si de la banda londinense se trata es tener un doble de Waters. Esa voz carrasposa, grave, que habla -y denuncia- más de lo que canta. Y es tener un doble de voz de Gilmour, que acaricia con un paño de seda cada nota que sale de su voz. Y un stunt de Richard Wright para esos colchones siderales de sintetizadores.
En realidad es tener dobles en todos los puestos, y tener uno de altísimo riesgo: el que se anime a estirar más trastes que lo normal para conseguir el sonido de la guitarra de Pink Floyd.
Todo eso es difícil de conseguir, pero con trabajo, técnica y azar -el tono en la voz se puede emular, pero hay algo del orden cosmológico que se cuela en una voz similar a otra- se puede. La clave de Ummagumma, y la principal razón para sentarse a escucharlos, pasa por otro lado.