Publicado en Clarín
La argentinidad, con sus grietas y diferencias, ha sido sintetizada desde hace más de 100 años en una figura. Pero, ¿cómo es que el gaucho logró convertirse en un símbolo nacional?
Como lo hacía el Facundo de Sarmiento -quizás el más conocido-, el personaje cristalizado en el Martín Fierro “falla” como símbolo de unidad y armonía. Pero también es cierto que el gaucho es un estereotipo tan complejo que fue usado de derecha a izquierda, reivindicado por los militares -aunque el protagonista del libro de José Hernández no sólo habla pestes de ellos sino que los asesina- y encarna gran parte de la historia argentina hasta por lo menos los años 40.
Mientras que las élites del siglo XIX proponían fundar la Argentina en una cultura blanca y europea, el llamado “criollismo popular” colocaba al gaucho como centro de la escena rioplatense con un claro objetivo: restituir el ser nacional a lo mestizo, hablar de las clases bajas, de la vida rural y de los abusos de los poderosos.

Sin embargo, a partir de la lectura de Leopoldo Lugones en El Payador (1916) durante el primer centenario argentino, las clases altas también se apropiaron de esta figura, de una manera distinta.
Más tarde, durante el peronismo, llegó a encarnarse la discusión entre un gaucho “bueno” y uno “malo”.
El gaucho indómito, del historiador Ezequiel Adamovsky (Siglo XXI Editores, 264 páginas, 570 pesos) es un ensayo que intenta recorrer esta especie de fenomenología del gaucho argentino. El autor le cuenta a Clarín algunos aspectos de su investigación.
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